¿El ser humano realmente tiene un espíritu? ¿Qué es el espíritu? ¿Qué es lo que lo diferencia al hombre del mundo animal?


Existen dos posturas generales ante la constitución del ser humano: la materialista y la espiritual.

La materialista

Según este enfoque, se dice que nuestros pensamientos, sentimientos y conductas son el producto de los procesos que se dan en nuestro sistema nervioso y de la secreción de hormonas de las glándulas endocrinas. Así tenemos las siguientes explicaciones: cuando se percibe un paisaje bonito, el cerebro libera dopamina y esa es la sustancia que nos hace sentir placer; cuando una persona se enfrenta a una situación adversa, las glándulas suprarrenales secretan cortisol y tal hormona es la que le genera el estrés; cuando se tiene relaciones sexuales con alguien, el cerebro emite oxitocina, consecuentemente esa hormona hará que se desee estar con esa persona con más  intensidad. Como es de suponerse, estos sentimientos nos conducen a ciertos pensamientos que finalmente llegan a convertirse en acciones. De este modo se puede inferir que todo lo que hacemos es consecuencia de nuestra actividad cerebral o glandular.

Desde esta perspectiva, nuestra inteligencia o conciencia es el resultado del desarrollo del neocórtex una estructura cerebral que nos permite realizar operaciones mentales abstractas, tales como: la asociación de ideas, la planificación, el autocontrol, la memoria… Así como la encargada de la conciencia.

La espiritual

Aunque la etimología latina de la palabra espíritu le atribuya ciertas categorías como: aliento, esfuerzo, soplo  o ánimo; sabemos que su verdadero significado va mucho más allá de esto; pues se nos habla de un ente no material, pero que está presente en cada ser humano y precisamente es esta espiritualidad la que nos diferencia de los otros animales, esta espiritualidad nos dota de inteligencia, universalidad y autonomía; algo de lo que carecen los otros seres vivos.

Veamos cada una de estas tendencias por separado:
  • La universalidad- Los cactus brotan y se desarrollan en climas áridos secos, las begonias en climas fríos, los naranjos en climas cálidos húmedos; las jirafas habitan en la sabana, los osos polares en el polo norte, los peces en las lagunas, mares y ríos; pero los seres humanos podemos subsistir en cualquier tipo de ecosistema gracias a la universalidad, es decir, la capacidad de adaptarnos a cualquier cambio, ya sea climático, cultural, económico, de condiciones de vida, etc. Solamente el hombre es universal, pues solamente el hombre tiene un espíritu, un espíritu que le dota de esta gran facultad.
  • La autonomía- logra que cada persona sea capaz de elegir libremente el rumbo de su vida sin depender de un único lugar, cultura, religión, ideología, sensaciones, persona o grupo específico para sobrevivir.  
  • La inteligencia- es la entidad que nos permite procesar la información que recibimos, acumularla, analizarla, sintetizarla, aplicarla y cambiar nuestra forma de proceder como consecuencia de este procesamiento cerebral. Esta dimensión es la que ha permitido desarrollarnos y cada vez evolucionar más en cuanto a nuestras capacidades y condiciones de vida, algo que  eminentemente les hace falta a los otros seres vivos y como ya lo hemos dicho antes, esta dimensión de la inteligencia es la que nos convierte en seres humanos, o en otras palabras, en seres espirituales.
Comentario personal: Como es de suponerse, el enfoque materialista nos invita a pensar que la persona reaccionará de manera natural ante los instintos que hay en su interior (programa genético) o ante los estímulos que provienen del exterior (medioambiente),  convirtiéndose así en una postura determinista; en otros términos, o bien son los instintos los que determinan la conducta del hombre, o bien lo serán los estímulos provenientes del medioambiente; quitándole por completo la facultad de la libertad y autodeterminación vigente en todo ser humano. Por esto contamos con el espíritu, que nos da la esperanza de poder llevar una vida gratificante, libre y satisfactoria sin importar cuán adversas sean las circunstancias medioambientales o cuán espontánea sea la activación de nuestros instintos. Si de verdad unos chorros de dopamina explicaran la felicidad humana, pues seríamos capaces de cantar, bailar, beber alcohol, fumar sin parar, ni pensar en las consecuencias de estos actos,  únicamente por las sensaciones placenteras que nos provocan; al contrario, nuestra espiritualidad o sentido moral (construido de manera activa) nos harían notar que cada acción tiene su consecuencia y de este modo podríamos elegir entre seguir haciendo una actividad o abandonarla. En ciertas situaciones de peligro podría activarse el instinto de muerte o destrucción, pero, ¿De verdad nos conviene responder de forma agresiva o violenta, según los estatutos de la ley civil?; o ¿Somos capaces de controlarnos para no cometer asesinatos ni actos que probablemente nos lleven a la cárcel? Eventualmente nuestra espiritualidad nos dota de la inteligencia que nos ayudaría a procesar la información, de la autonomía que nos permitiría desprendernos de la respuesta automática que incitan nuestros instintos o estímulos ambientales,  y de la universalidad que contribuiría a adaptarnos eficazmente a cada situación vital.

Afortunadamente, estas tres dimensiones son educables en cada persona y nuestro deber como maestros o padres de familia es reflexionar y seguir investigando sobre ellas, con el fin de que las nuevas generaciones cada vez se vuelvan más universales, autónomas e inteligentes.

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Bibliografía

  • Blanco, I. (2016). El universo de la inteligencia. México D.F., México: Limusa.
  • Coon, D., & Mitterer, J. (2010). "Introducción a la psicología, El acceso a la conducta y a la mente". Santa Fe, Colombia: Cengage Learning.
  • Flórez, R. (2005). Pedagogía del conocimiento. Bogotá, Colombia: McGRAW-HILL Interamericana.
  • Real Academia Española. (2001). Disquisición. En Diccionario de la lengua española (22.a ed.). Recuperado de http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=disquisici%F3n


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