Viajar: Una gran aventura sin importar el lugar de destino.
La primera vez que viajé a otro país fue una experiencia
realmente inolvidable.
Foto tomada en el viaje Bolivia - Ecuador |
Primero tuve la preocupación de llegar a tiempo desde mi
pueblo, hasta la gran ciudad donde se encuentra el aeropuerto internacional.
Luego tuve la preocupación de obtener un vuelo barato y que todavía haya buenos
asientos disponibles. Después de comprar el boleto tenía la ansiedad de que no me permitieran migrar a otro país para
conocerlo y esto se demoraba tanto que más tarde me preocupaba por no perder el
vuelo. Luego de subir al avión pensaba: “ojalá que no me toque una persona
molesta” y en medio de las turbulencias exclamaba en mi interior: “Por favor,
que no nos accidentemos”.
Cuando llegué a mi lugar de destino tenía que
conseguir un boleto para viajar a otra ciudad dentro de ese país, Bolivia; ya
que el Salar de Uyuni está en Potosí y yo había llegado a La Paz, sin embargo
ya no habían vuelos disponibles así que me tocó quedarme en la Paz y esperar
hasta la noche para tomar un bus que tardaría 9 horas en llegar. En todo el
día, pasaban cosas por mi mente: “Que no me roben, que no se me caiga el
dinero, que no se me acabe el dinero en la tarjeta de crédito, que no me
estafen aprovechando que soy extranjero, que no pierda el bus, etc.”, todo esto mientras temblaba
en el frío insoportable que hace en ese lugar, tal que ni siquiera la chompa,
ni el gorro, ni los guantes eran capaces de protegerme de él. Llegó la noche y
tomé un taxi para llegar al terminal. Cuando subí al bus pensaba: “Ojalá que no
choquemos con otro carro, no caigamos en ningún barranco y ojalá pueda dormir
cómodo, ya que soy muy malo para dormir en los buses”; pero gracias a Dios todo
salió bien…
Finalmente cuando llegué a Uyuni, me recibió una guía que me
llevaría hasta un restaurante en el cual tendría que esperar cuatro horas para de
ahí, dirigirme al Salar. Mientras esperaba me preocupaba por el tiempo, le pedía
a Dios: “Por favor Señor, que no llueva, que el cielo esté despejado, que no
haga mucho frío y que pueda ver el cielo reflejado en el salar”, y en todo el
transcurso desde el centro hasta el salar esa era mi continua preocupación.
Pero cuando llegué al Salar a una parte
donde se acumulaba agua, finalmente: lo
tenía, tenía frente a mí el mayor espectáculo que jamás había presenciado
en toda mi vida, un cielo que parecía eterno tanto en la atmósfera como en la
tierra, cielo, cielo y más cielo frente a mí, una suave brisa y una vista
impresionante era lo que rodeaba mi ser, y fue en ese preciso instante cuando
dije: “lo tengo, valió la pena cada sufrimiento, cada centavo invertido, cada
tiempo esperado, cada preparativo realizado, por momentos perfectos como éste,
creo que vale la pena existir y se puede decir que la vida es bella".
Luego de disfrutar de este alucinante espectáculo y observar
el atardecer junto a mis nuevos amigos, volvían las preocupaciones: “que este
carro no se accidente, que no me falte el dinero porque ya se me acaba y aquí
no todos venden con tarjeta de crédito, que pueda llegar sano y salvo a la Paz,”…
Al llegar a la Paz vuelta me decía: “que no pierda el vuelo” y después: “que no
me accidente”, y cuando por fin llegué a mi país: "que el viaje de 8 horas
hasta mi pueblo no me haga mal”. Cuando al fin llegaba a mi pequeña ciudad,
vuelta me decía: “que no me roben ni me hagan daño mientras camino hasta mi
hogar”, y así, luego de tantas preocupaciones y tanta ansiedad, finalmente
llegaba a casa, donde mi hermana y mi mamá estarían felices de recibirme, cálidamente
y con los brazos abiertos, y el hecho de estar de nuevo con tus seres queridos
a quienes extrañaste luego de pasar varios días sin verlos, es una sensación
tan perfecta y maravillosa, que simplemente no se puede describir.
Mi persona en el Salar de Uyuni |
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